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Tensiones individuo y bienestar social 


Tenemos a un ser humano que, no obstante su capacidad para recordar, parece olvidar o querer ocultar que se encuentra diluido en un complejo social. Parece no darse cuenta que los logros o dificultades de su sociedad le incumben debido a que lo afectan de forma determinante, que lo arrastran como si lo social fuese una marea incontenible. Una baja autoestima social, propia de pueblos convulsionados o desarraigados como el colombiano, termina por hundir las esperanzas de cambio o progreso de algunos individuos que no quisieron aceptar el cuento del tercer mundo.
La sociedad actual, barrida por un capitalismo salvaje, empieza cada vez más a rescatar aquellos valores donde se han asentado desde tiempos inmemoriales los lazos sociales: la religión, la responsabilidad con una comunidad, la solidaridad, el trabajo, los ideales, etc. Todas esas cosas que parecían haber ido a parar al baúl del olvido, de lo innecesario, de lo superfluo, retorna con todo el peso de su razón de ser: religar a la sociedad en torno a valores específicos de carácter altruista.
Ahora entendemos a los seres humanos del pasado que hicieron de sus religiones su más respetada creación; allí radicaba el núcleo cohesionador.
El ser humano moderno que prefiere asumir la muerte de Dios como un logro de la libertad, deberá, no obstante, entender que su nueva forma de pertenencia y responsabilidad con lo social, reposa aún en una creencia: una creencia en las leyes que los seres humanos se dan los unos a los otros.

Simplemente el ser humano depende de lo social y el mantenimiento de la sociedad reposa en una serie de reglas, de renuncias, de promociones de determinados comportamientos, de leyes, de supones que existen cosas buenas y malas, de inventar un orden, de fomentar una veneración de ese orden por medio de símbolos, en fin, establecer un marco de convivencia que siempre es el trabajo creativo de un artista. Durante toda la historia de la humanidad se ha hecho esto; cada sociedad busco las formas de suplir estas necesidades y creo órdenes que así se lo permitieron.

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Condiciones económicas y el proyecto de vida

La poderosa corriente materialista que inunda con su perspectiva a las ciencias humanas y que precisamente hace que éstas conserven el calificativo de “ciencias”, condenaría un curso de psicología que, como el presente, ha dejado para el final las relaciones entre economía y el comportamiento humano.
Para el materialismo histórico la cosa es sencilla: las relaciones de producción que se dan en el interior de la sociedad y que son condiciones naturales de su economía, a saber, trabajo, producción e intercambio, generan las relaciones sociales, el tipo de sociedad, la forma cultural, la ideología política, la religión y todo lo demás que podamos englobar dentro de la producción propiamente humana. Todo ello está determinado por las relaciones de producción de la base de la estructura social. De tal manera que un proyecto de vida, las decisiones que un individuo cree tener sobre ellas, no es otra cosa que lo que su relación económica con una sociedad le permite.
En efecto, todos los seres humanos padecemos hambre y debemos alimentarnos; algunos de nosotros adquirimos la responsabilidad de una familia y debemos alimentarla y protegerla del clima inclemente en una vivienda. Necesitamos entonces, como mínimo necesario para vivir, un hogar y un alimento. Pero esto sólo se consigue arrancándoselo a la naturaleza, es decir, requiere una actividad que se dirija hacia ella y le arranque sus frutos o sus materias primas para la construcción. En pocas palabras y haciendo uso de la acepción física de la palabra, se necesita: trabajo.
Los seres humanos somos altamente sofisticados y de poder hacerlo buscaremos la comodidad del mejor hogar posible y el bienestar de los mejores y más suculentos alimentos. El resultado de esta búsqueda de lo mejor tiene el resultado indirecto de proporcionar prestigio a quien adquiere esos bienes muebles y de consumo. Podríamos pensar acaso que la relación sea la inversa, que la búsqueda de prestigio nos lleve a consumir mejores alimentos o habitar casas más hermosas y suntuosas. 

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La diferencia étnica y el prejuicio

Las distintas latitudes de la tierra, nos ofrecen diversas especies de animales perfectamente adaptadas al clima en el cual se desarrollan. Como hemos visto antes la cultura y todas las complejas elaboraciones de todo lo propiamente humano, no nos arrancan totalmente de la naturaleza; tenemos necesidades básicas comunes como comer o dormir, pero también, como cualquier otro animal, presentamos en nuestro fenotipo, características determinadas por la adaptación a uno u otro clima. Nuestra piel tiene un amplio rango de color que permite distintos niveles de resistencia a los rayos solares cuya intensidad es a su vez distinta en diferentes lugares del mundo.
La historia de esas comunidades y las técnicas del ser humano para lograr enfrentar cualquier ambiente, ha dispersado esas comunidades por todo el globo, separando además a los individuos que las conforman. Por ello, en las nuevas condiciones que han tenido que enfrentar, en otros lugares y frente a sociedades autóctonas ya organizadas que comúnmente no les abren un espacio, los individuos recurren a un tipo de identidad distinto al que les da el haberse desarrollado en un lugar común: las costumbres o las afinidades culturales se convierten en esa identidad en la que ahora descansa la comunidad. Dichas costumbres y afinidades culturales se han dado precisamente por la convivencia en comunidad. De tal manera que no tenemos que buscar una especie de extraño llamado de la sangre que nos hala unos a otros para hacernos comunidad.
La lucha contra el prejuicio es, por lo dicho hasta ahora, una lucha que involucra al sujeto activo y también al pasivo, es decir, a quien lo proyecta y a quien lo sufre. Pero en esa lucha el papel de este último no se reduce a rechazar el prejuicio tal y como llega desde el otro, sino a no reproducirlo, a negar cualquier especie de determinismo de tipo racial o étnico. Los seres humanos no estamos condicionados en este sentido; las expresiones culturales son un producto exclusivo de nuestra creatividad y pueden ser producidas o reproducidas una y otra vez en diferentes condiciones o contextos; pueden ser creadas de cero, negadas, cambiadas o transformadas en condiciones diferentes. Un niño de origen holandés criado en una comunidad tribal en las selvas del Congo tendrá la misma capacidad para la percusión que un nativo de esa comunidad.
Ahora bien, aunque creer en esta especie de determinaciones de tipo racial o étnico, trae consigo una serie de comportamientos que oponen unos pueblos de la tierra contra otros, y que son por ello susceptibles de derivar en agresiones de tipo físico entre las comunidades, no por ello dejan de servir también a la vida. Existe una extraña tendencia en todo lo que existe a servir al mismo tiempo a la muerte y a la vida, el prejuicio racial no es la excepción. Quien cree firmemente en la identidad racial, en el destino común de una comunidad, en las afinidades de las vidas entre las personas de unas comunidades, logra un arraigo, se aferra con profundas raíces a una comunidad a la que ama. 

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La cultura: determinante del comportamiento

La cultura está definida como todo aquello que nos protege o que nos separa de nuestro estado de naturaleza. La cultura surge del ser humano y crea a su alrededor un campo artificial que progresivamente va sometiendo a lo natural o empujándolo fuera de su frontera. Dentro de la esfera de lo cultural, que el ser humano controla, éste se siente seguro. Sin embargo, la naturaleza impregna al ser humano, le recuerda constantemente de donde proviene, cuál es su origen y a donde tendrá que retornar irremediablemente.
No debemos olvidar, que la fuerza creativa que permite la obra de arte, o la disciplina que constituye el apoyo del ritual de limpieza, ejemplos que aquí hemos considerado como propios del nivel de la cultura, provienen de instintos naturales profundamente modificados, es decir, su origen está en la naturaleza del ser humano.
Cualquier logro cultural es el resultado de la renuncia a un instinto, o mejor, de la deformación de ese instinto en sus fines originales. El arte, el lenguaje, el orden, la fiesta, la escritura, la religión, los mitos, la política, etc., no son más que elaboraciones humanas y sólo humanas, de poderosos instintos que allí se ocultan. Es por eso que la razón humana, esa capacidad que hizo sentir tanto orgullo a los primeros hombres del Renacimiento y a todos los que se hicieron llamar “modernos”, no es únicamente el proceso mediante el cual llegamos a la verdad, sino por el contrario el proceso mediante el cual adornamos con argumentos poderosos un querer visceral, instintivo.

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Las particularidades de género

Psíquicamente hablando, el hombre y la mujer no se reconocen como tales; únicamente las diferencias físicas entre hombre y mujer y los factores culturales que envuelven a uno y otro y les dan un comportamiento predeterminado que deben seguir, logran que el hombre y la mujer se sientan como tales. Pero nuestra psique no reconoce, por alguna capacidad particular, que deba comportase de una u otra manera. Ella es, por el contrario, perfectamente maleable a nuestros gustos o afectada por una obligación exterior. Se podría entonces decir que a nivel psíquico somos potencialmente bisexuales; que tomemos el camino hacia una identidad heterosexual u homosexual es cuestión que se nos impone, en gran medida, desde fuera.
Ya hemos visto la delgada línea que separa lo masculino de lo femenino, la naturaleza no nos ha condicionado mentalmente para ser los uno o lo otro. Tampoco podemos decir que lo eligiésemos en una temprana conciencia de nuestra sexualidad; para nada, ha sido más bien el resultado de una presión exterior. Tampoco se trata de una cuestión de gustos; el gusto también es un factor cultural y no natural.
El mejor comienzo para vencer los prejuicios y lograr una sociedad más incluyente, es exigirnos un esfuerzo mental suficiente que comprenda la relatividad de todo lo que existe a nivel cultural, de entender que las cosas tal y como están ahora no son el mandato incorregible de un ser divino y que todo lo que fue posible en el pasado puede serlo también hoy, pero sobre todo, aceptar y alegrarnos por el hecho de que aún quedan muchas formas de vida, valores y virtudes por inventar.

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Las diferencias sociales y el comportamiento

La sociedad no es una masa homogénea. Por el contrario, la sociedad es un cuadro multicolor de infinitos matices; en su interior encontramos a la sociedad conformada por innumerables comunidades que se interrelacionan, se abren espacios, se desplazan, se integran, se oponen, se niegan, se aceptan, se desconocen, conviven, se pelean o destruyen; algunas desaparecen mientras que otras se constituyen unas; algunas nacen para desaparecer inmediatamente sin ocasionar cambios, otras marcan o modifican profundamente a la sociedad, tanto que ésta no vuelve a ser la misma.
Pero la medición de fuerzas que las comunidades, grupos o individuos no sólo da origen a este caos de reacciones que hemos enunciado someramente, también es la razón del orden social; es una especie de orden dentro del caos que está dado por la fuerza que ejerce una de las partes sobre la otra. En una sociedad como la nuestra, los gremios de origen burgués, padres del Estado liberal moderno, han encarnado sus intereses en las leyes de la República, de tal manera que las fuerzas coactivas del Estado: policía u ejército, protegen la propiedad privada o el derecho a la libre empresa. El resultado es una sociedad que se estratifica a partir del juego de poderes que se da en su interior.
Estas dinámicas de la sociedad también determinan el comportamiento de los individuos que la conforman. Éstos deben buscar la forma de asociarse, de instalarse en un grupo con el cual se identifica y de comportarse de una forma en que dicho grupo se lo exija. El individuo cobra así identidad, compromiso, apoyo, seguridad, pero cede en su independencia.

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La psicología de las masas

La masa, en su conjunto, se comporta como un ser predominantemente instintivo: la masa no razona, responde de forma impulsiva; responde a consignas sencillas que no necesitan mayor elaboración consciente; rechaza los discursos complejos que exigen atención; es sumamente temeraria; desafía el orden establecido y pierdo la capacidad de auto-regularse o de controlarse.
Es de particular importancia la capacidad de la masa para desconocer la autoridad, desafiarla y derrocarla.
La masa por su parte, al suprimir esa instancia consciente propia del individuo aislado, pasa por encima de la legitimidad que otorga el tiempo pasado: de nada le sirvió al rey francés Luis XVI ser el representante del dios cristiano en la tierra, la masa no podía tener en cuenta este hecho en el momento en que lo llevaron a la guillotina durante la Revolución Francesa.
Esta imposibilidad de la masa para venerar lo antiguo, la convierte en el actor más revolucionario que existe; una masa de obreros descontenta y cuyas fuerzas se han desencadenado puede demoler un orden burgués por más que éste se encuentre fuertemente arraigado en el imaginario social; es decir, por más legitimo que la gente crea que sea su existencia.
La masa es sumamente voluble. Pero no sólo lo es en sus reacciones, sino al momento de tomar forma; la masa es tan voluble como maleable. En las manos del político adecuado la masa puede destruir una ciudad o por el contrario guardar absoluto silencio y obediencia.